El SALT DE MIR
2 de Febrero del 2014
Buenos días camperos, desde Radio Ex Van Sin Club.
Son las siete y media de la mañana, y el despertador de mi
madre ha comenzado a retumbar por toda la casa. Su alarma me despierta y no hay nadie quien la apague. A ver si algún alma caritativa se apiada y lo apaga de una vez. Lleva
20 minutos sonando y ya no aguanto más. Miro el móvil y marta las ocho menos
cinco. Estoy desesperado y ya es hora de levantarme, tengo el despertador
incrustado en el cerebro y no lo soporto. Me levanto y me encuentro a mi madre
en la cocina preparándome el desayuno. Es hora de tragarme las ruedas de
medicina que me tocan, y me inyecto la insulina. Un pequeño pellizco me despierta
al clavarme la aguja. Va siendo hora de que cambie el cabezal y coloque una
aguja nueva. Por lo general, la aguja me dura unas 10 veces sin que empiece a
sentir el pinchazo.
Tras la sobredosis de
medicamentos me tomo y café con leche, y nada más; generalmente desayuno bien
poco, aunque a media mañana ya tengo un poco de hambre.
Como estoy algo guarro, me voy a tomar una ducha. Tardo muy
poco en enjabonarme y quitarme el jabón. El agua estaba calentita, y da gusto
que la caldera funcione a la perfección.
Elijo una camiseta normal y me peino un poco la maraña de
pelos, que cada día van cayendo poco a
poco.
En principio representa que no tengo que cargar muchas cosas
en la furgo, pues por la noche había preparado lo imprescindible, pero recorriendo
el salón, mi cuarto y la mesita de mi ordenador, para recoger posibles objetos
que a lo mejor me hagan falta durante el fin de semana. Hasta me llevo los
apuntes de árabe, aunque creo que no los voy a gastar mucho.
Calgo lo últimos trastos recogidos y saco la furgo del garaje.
En el último momento bajo para buscar un poco de agua y echar un último
vistazo, por si se me olvida algo.
Preparo la ruta en el GPS y enchufo el móvil para que vaya
recargándose. Y ya estamos listos para salir.
Emprendemos la cuesta abajo, hasta coger la carretera de
Arbucies y llegar al cruce para coger la C-17, que pasa por Vic y que me llevará
hasta Santa María de Besora.
Ally como siempre, va en la parte de atrás, sobre los
colchones de mi cama. No sé la oye, ella va a su rollo y no le importa nada si
hay curvas o no, se tumba y así permanece hasta que oye que el coche se para,
entonces refunfuña un poco, hasta que le abro el portón y sale a prisa de lo
que podría ser una jaula.
El día estaba nubloso, pero de momento la lluvia no había
hecho acto de presencia. El camino se me hace corto, y en menos de hora y media
llegamos a Besora. Le envio un whatsapp a Víctor para decirle donde estoy, y me contesta
que llegarán en media hora. Damos una vuelta por el mini pueblo y me meto en un
café para tomar algo caliente. Allí, un payés estaba contando sus historias a
la camarera y a la dueña del local. El local es algo rústico y en cierto modo
tiene algo de atractivo. En los laterales del bar hay al lado, un supermercado
que lleva la misma señora, y en el otro lado había otra habitación, pero no me
fijé en lo que guardaba. Al fondo había una de esas estufas modernas que
funcionan con Pelex, que es serrín comprimido, y según me explicó la señora, la
estufa daba suficiente para los tres locales. La dueña me dijo que estaba muy
contenta con su funcionamiento, y la expliqué que estaba pensando ponerme una
parecida en casa. Sigo en mi mesa absorviendo mi café, y el payés seguía
contando sus cosas. Me llamaron la atención varias palabras que dijo, una era
SOC, que es como un madero flotante por lo que me dijo, y la otra BULLON, pero
no le pregunté que quería decir. Lo que si le pregunté es si creía que iba a
llover. El payés y la dueña dijeron que no, que aunque el día estaba nublado
seguro que no llovería. A todo esto, la camarera, se reía con las cosas que iba
contando el payés. Hablando y hablando, me dijo que cuando el sabía casado,
estuvo viajando por toda España en una moto, y le habían sobrado 6.000 pesetas
cuando terminó su luna de miel. Un hombre simpático a estas horas de la mañana
sirve para alegrarte el día.
En ese momento llega Víctor y los dos salimos hacia la
calle, parándonos en la oficina de información y turismo, pero resulta que es
una máquina digital. Que frialdad, que miedo; con lo que me a mi me gusta ojear
la propaganda y folletos de la zona. Víctor me dice, ahora todos los puntos de
información son así. Que pena. Víctor está algo nervioso porque aún falta por
llegar otra furgoneta. Les manda un whatsapp y contestan que están a 20 km,
pero 20 km que se han convertido en una buena espera.
Como es una salida perruna, no podía faltar nuestros fieles
compañeros, que corrían de un lado a otro por el parque, todos menos Ally, que
no me movía de mi lado. Nos presentamos y empezamos a conecernos pero la furgo
seguía sin llegar. Después de una buena espera, allá que aparece la furgoneta a
lo lejos, por la carretera.
Llegaron al final Adán y Eva, una chica que es de algún país
del este, y le dicen a Víctor que no se quejara tanto, que si habían tardado un
poco, es porque habían parado a comprar algo.
Todos estábamos listos para ir a visitar ya El Salt Del Mir,
que es un salto de agua de unos 25 metros, pero Marta decía que podían ir por
un camino y Víctor por otro. Yo les expliqué que en el bar me habían dicho que
continuáramos un kilómetro y medio más, y que luego debíamos girar a la
derecha, hasta llegar a un restaurante. En el restaurante no se podía aparcar,
pero si podíamos hacerlo en el camino. Total, que cogimos los vehículos y
decidimos acercarnos hasta el restaurante y dejar las furgos por allí.
Aparcamos a unos 150 metros del restaurante, junto a una balsa de agua
putrefacta, pero es que al lado del parking, había un animal muerto, no sé si
era un perro, un cerdo o vete a saber qué, ya que yo no quise acercarme a
verlo, pero que apestaba como un animal muerto.
Metimos algunas cosas en la mochila y allá que emprendimos
la caminata. Al principio me dijeron que eran 9 kilómetros, lo cual me pareció
una bestialidad para mi maltratada rodilla y en general, pero que por este
camino podíamos avanzar muy rápidamente y que en dos kilómetros llegaríamos, y
aunque fue un alivio, tampoco seguía teniéndolo claro.
Justo pasado el restaurante nos encontramos una cerca
electrificada, y un caballo paciendo tranquilamente en su territorio. Pero en
eso, que Lola, la perrita más pequeña de los siete que nos acompañaban, pasó
por la verja y le plantó cara al caballo. No paraba de ladrarle y provocarlo, y
aunque el caballo no se me inmutaba, ella seguía ladrando. Algunos continuaron
el camino, pero Lola seguía dale que dale. Marta y su novio, Mister North Face,
trataban en vano de que lola dejara tranquilo al pobre caballo y que saliera de
la verja, pero no había modo. Lo intentaron todo, llamarla, gritarla,
amenazarla, lanzarle piedras, salir corriendo delante de ella, pero nada, la
perra seguía ladrando y no me movía de sitio. Tras un cuarto de hora y no sé
como, consiguieron alcanzar a la perra y ponerla una correa, solo entonces
podimos seguir el camino. Todos íbamos andando y discutiendo la jugada;
admirando el paisaje y apretando las manos dentro de los bolsillos, pues aunque
no hacía mucho frio, las manos se te congelaban en un momento. Yo me lamentaba
de mi falta de agilidad, y de vez cuando me iban preguntando, ¿qué tal vas,
marchoso?

Yo siempre contestaba que de momento bien. Un
par de motos de montaña nos adelantaron, mientras nosotros seguíamos bajada
abajo. Pronto apareció a lo lejos, un pequeño rio, con un puente de madera que
lo sorteaba. Llegamos al puente y todos los perros empezaron a meterse por el
rio, naturalmente, todos menos Ally. Estaba haciendo fotos, cuando alguien me
preguntó si quería que me hiciera alguna. Pues claro, también me gusta salir en
las fotos. Seguimos el camino que cada vez se hacía mas cuesta abajo, pero
pronto llegamos a unas escaleras de madera, que resbalaban como condenadas, y
cuando oí las admiraciones y algarabía del personal, me dí la vuelta y allí, a
lo lejos, estaba la cascada. Bueno, no estaban muy lejos, pero entre tanta agua
y roca escurridiza, la veía algo distante. Todos ya habían cruzado a un lado y
al otro del rio, pero yo no me sentía con la confianza suficiente como para
acercarme demasiado. Estuve haciendo fotos y mirando como los perros se metían
en el agua, algunos completamente empapados corrian de un lado a otro. Mis
amigos se acercaron a una cueva situada debajo de la cascada y tras pasar un
rato admirándonos de lo fantástico que llega a ser la naturaleza, emprendimos el camino de vuelta.
Para entonces yo ya estaba sudoroso y cansado, y solo de
pensar que tenía que desandar todo lo que habíamos bajado antes, me daban ganas
de quedarme por allí. Nadie parecía cansado aparte de mí. Sentía la camiseta
empapada en sudor, pero tampoco era plan de irse quitando ropa con el fresquito
que hacía. Yo iba quejándome, diciendo que me dolía todo. Marta se apiadó de mí
y sin darme cuenta ya estaba cargando con mi mochila, que parecía un saco de
patatas, pues la llevaba llena de todo tipo de trastos. Y Víctor también se
hizo cargo de algo, pero ahora no recuerdo el que. El grupo seguía hacia
arriba, y yo cada vez me sentía peor. Me dolían los ligamentos de detrás de las
rodillas, respiraba con dificultad, me dolían también las dos muñecas y para
colmo de todo, en ese momento voy y resbalo, golpeándose la cámara contra el
suelo, y mi rodilla también. Con tan mala suerte que me apoyé con la muñeca
buena, pero que es la que mas me duele ahora. Enseguida se acercaron a
atenderme, pero les dije que no pasaba nada, que solo me había hecho un poco de
daño en la muñeca. Seguimos y seguimos pero el camino se me hacía interminable.
En un momento dado desaparecieron Marta y Laia, y aunque las esperamos, alguien
dijo que habían dicho que no lo hiciéramos, así que seguimos subiendo. La
cuesta seguía, pero pronto apareció el restaurante, lo que indicaba que estábamos
cerca de las furgonetas. Cuando llegamos al final y como algunos no habían
visto aún al animal muerto, se acercaron a oler aquella inmundez, pero Víctor
ya decía que era hora de ir a comer. Y es que este Víctor no para, es como una
máquina, una máquina de nervios.

Desaparcamos las furgonetas y allá que nos fuimos hacia
Montesquiu, donde Víctor conocía un merendero donde podíamos preparar unas
brasas. En ese momento comenzó a llevar, y aunque no era un chaparrón, resultaba
bastante molesta. Paramos un momento a comprar algunas cosas que se ve que aún
faltaba, aunque Víctor se había encargado de comprarlo todo el día anterior,
pero es lo que pasa, siempre falta algo. En un tris tras llegamos al merendero,
aparcamos las furgonetas y todos comenzaron a llevar lo que podían hacia la
barbacoa, que estaba como a unos 100 metros. Yo aproveché para cambiarme de
camiseta y de jersey, pues los tenía empapados de sudor. Cuando salí de la
furgo, no quedaba nada por llevar nada mas que lo que a mi me hiciera falta. El
lugar estaba muy bien. Era una enorme explanada plantada de arbolitos y había
unas seis barbacoas cubiertas, y nadie mas que nosotros por los alrededores.
Todo el mundo iba disparado. Unos preparando el vermouth, otros desembolsando
los calçots, y cada cual haciendo algo. Yo casi no podía moverme. Tenía un
dolor de espalda que no podía tenerme en pie, pero cometí el error de dejarme
mi silla en la furgo, y tenía que andar unos doscientos metros de ida y vuelta
para poder traerla y sentarme. Al final no tuve mas remedio que ir a buscarla,
pues nadie lo iba a hacer, pero cuando la traje y me senté un ratito, me sentí
mas aliviado. Las mujere llevaban la voz cantante y las veía moverse de un
sitio para otro preparando el vermouth, platos y vasos. Los hombres intentaban
encender el fuego, pero parecía ser que ese día no íbamos a tener mucha suerte.
Alguien decía que los calçots había que hacerlos con leña, pero solo habíamos traido
carbón, y además el carbón no quería arder. Laia me trajo un vaso de vermouth,
con oliva y hielo incluido. Algunas tapas ya estaban preparados y la mayoría íbamos
picando, que si aceitunas, que si patatas, que si algo de fuet, vamos, que nos
estábamos poniendo las botas y aún no habíamos comenzado. El fuego seguía sin
encenderse y mas de uno empezó a dudar si nos comeríamos los calçots o no. El
caso es que alguna llama asomaba entre las brasas, y los calçots fueron
situados encima. Algunos se quemaron, pero la ultima hornada salió bastante
bien. Mientras tanto, otros ya habían puesto chorizos, morcilla, beicon y vacío
argentino sobre las otras barbacoas. Aquello parecía que iba a ser una bacanal.

Como no había sitio para estar a cubierto, decidimos montar
un par de toldos Tarp, que siempre te sacan del aputo. Situamos un par de mesas
bajo ellos, colocamos las 9 sillas y fuimos llenando los platos con todo tipo
de viandas. El asalto a los calçots comenzó, aunque la gente no estaba muy contenta de como habían
quedado. Otros dimos cuenta de la morcilla, y de la carne. Estuvimos comiendo y
bebiendo mientras hablábamos cada uno de lo suyo. Y cuando quise darme cuenta,
ya estaba hablando con la otra Marta, la abogada, de mis viajes. Hicimos la
sobremesa, y llegó el momento en cuatro del grupo tuvieron que irse de vuelta a
casa. Nos despedimos, alegrándome de haber conocido a gente nueva y seguimos
con la charla. Pronto se hizo de noche y había que empezar a recoger los
trastos. Como una cadena bien organizada, recogimos todo lo principal en un
momento, y después, como teníamos algo de frio y allí no se podía estar sin
fuego, nos fuimos a un bar cercano que nos habían dejado varias sillas, pues no
todos íbamos preparados. Bebimos algo calentito frente a la estufa, y tomamos
alguna copa. Hablamos de como había ido el día y en ese momento, Víctor tropezó
con una copa, que se derramó sobre la mesa.

Según Marta es normal en él, así
que no había que preocuparse. Tomamos algo y entonces vino la camarera para
decirnos que no era una buena idea pasar la noche en el lugar en el que habíamos
dejado la furgoneta. La hicimos caso, y después de pagar la consumición, fuimos
a recoger los últimos trastos que habíamos dejado en la barbacoa. Recogimos
bajo la luz de una única linterna y bajo la lluvia que empezaba a apretar,
cargamos los trastos en nuestros respectivas furgonetas y nos fuimos a buscar
otro lugar donde pasar la noche. Víctor, que era el cabecilla, conocía la zona,
y en 10 minutos ya estábamos en el Castillo de Montesquiú, aparcando. El
parking hace bajada, y en principio no le di importancia, pero cuando me
acosté, estuve arrepintiéndome toda la noche de no haber movido la furgoneta de
sitio. Yo ya no podía mas, asi que me acerqué a las otras furgos y les dije que
me iba a dormir. Nos despedimos y allá que nos metimos Ally y yo en la furgo. Aunque
tenía preparado un bocadillo de tortilla, no tenía hambré, asi que me tomé mis
pastillas, me puse la insulina y me acosté. Había puesto la calefacción y tenía
calor, por lo que decidi instalarme un poco mejor. A Ally le puse un par de
mantas en el suelo, y yo me instalé en el saco, con el que sabía que no iba a
pasar calor. Al cabo de un rato, me quité el jersey que me había dejado puesto
para dormir, e intenté seguir durmiendo. La noche fue larga y medio dormi. Y
para cuando asomé la cabeza por la furgo a primera hora de la mañana, ya vi a
cuatro perros dando vuelta por allí. Poco después aparecieron Adán y Victor.
Ally y yo salimos en zapatillas para saludar a todos, y

ya todos estaban de
pie.
El día amaneció algo nublado, pero a lo lejos parecía que
iba a salir el sol. Para variar, me invitaron a desayunar, y lo agradecí mucho,
porque no tenía ganas nada mas que de irme. Y eso es lo que les dije. Yo no iba
a seguir la marcha que pensaban hacer ese día. Once kilómetros que tenía
atragantado y que después de la paliza de ayer me veía incapaz siquiera de
intentar. Se trataba de visitar siete balsas, y Marta insistía en que les
acompaña al menos hasta la primera y luego les esperara para comer. Pero que
va, yo me sentía hecho polvo, así que les dije que me iba y que disfrutaran del
día. Tras despedirnos y desearnos lo mejor, emprendimos los 90 kilómetros que
me separaba de mi casa y que no tardé en deshacer.
Como siempre, un fin de semana estupendo con una gente mas
estupenda aún.
Gracias a: Marta y Víctor, Adán y Erika, Laia y Justo, Marta y
Dani.
Y a nuestras mascotas: Miel, Fiona, Punchito, Lola, Zorro, Otto y Ally
Hasta la próxima, marchoso.
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